lunes, 15 de diciembre de 2014

Rafael Chirbes, "En la orilla" - LIBRO DEL MES


 
 
 

 

Perfecta y redonda como una «o» hecha con un canuto es En la orilla, la sublime novela que el valenciano Rafael Chirbes (que se descubre como un hombre muy atento a la realidad y conectado a ella) dio a la estampa en 2013 y que no sorprende —en absoluto— que, con encomiable criterio, haya cosechado una sucesión de galardones: Premio de la Crítica, Premio Nacional de Narrativa, Mejor Libro del Año según el suplemento Babelia…

Aviso para navegantes: si lo que le interesa es la literatura de mera evasión, o las historias cargadas de positividad, huya de este libro como de la peste. En cambio, si lo que le interesa es la verdad de las cosas envuelta en perspicacia, humanidad y estilo impecable, En la orilla es un libro que no debe pasar por alto. No cometa el mismo error que yo y deje transcurrir diez meses desde que llegue a sus estantes para leerlo.

A lo largo de casi 450 páginas este libro despliega un largo monólogo interior sobre cómo nos persigue el pasado con sus fantasmas, en el que el septuagenario Esteban revisa su oscura existencia en un auténtico ajuste de cuentas, salpicado con breves intervenciones de algunos de los personajes que van apareciendo en su largo recuento (aunque no deja de ser curioso que nunca oigamos a los jugadores de dominó, y muy en especial a Francisco, al cual sólo vemos a través de los ojos de Esteban, en una versión que no deja de parecernos un alter ego mejorado del protagonista; algo que ocurre también con el tío Ramón), hasta componer una vasta geografía del descorazonamiento. Un aspecto importante respecto al protagonista es que en él apreciamos conmiseración por sí mismo, incluso desprecio, pero poca autocrítica, sin embargo; y es quizá por eso que le contemplamos siempre con una mezcla de sentimientos que es uno de los grandes aciertos de Chirbes: hay que ser todo lo buen escritor que él es para conseguir hacer interesante un libro donde en realidad ninguno de los personajes nos cae bien del todo. Esteban no cae muy bien porque, en realidad, no hay nada en él para admirar: es un antihéroe. Como dice su creador, más que nada “da penita”, cuando afirma cosas como «Mi única propiedad es lo que me falta (…), tengo lo que carezco», o su sobrecogedora calificación de su propia existencia, al afirmar que después de su été indien su vida han sido «cuarenta años de largo invierno».

Pero, a su forma reposada y un punto estoica, es una novela dura, intensa, que no dudaría en calificar de novela social; una acerada crítica, por la vía de mostrarlo descarnadamente, del mundo, o más bien del comportamiento, que condujo a que el paraíso neoliberal saltase por los aires en 2007, y así, nos muestra desde la ostentación hedonista de los ricachones de nuevo pelo hasta las ilusiones materialistas de los empleados de la carpintería familiar regentada por Esteban, siempre con un amargo cinismo sobre la artificial condición humana frente a la de la naturaleza (que va actualizando el tópico clásico del locus amoenus hasta cristalizar en una versión posmoderna del ubi sunt principalmente presentada en la tercera parte, “Éxodo”; y por último investigando en aquel clásico homo homini lupus plautino, y las consecuencias a las que conduce: ¿aboca la inteligencia al mal, a la codicia, a la ambición?¿Es la sociedad la que empuja a ello?¿La naturaleza humana?¿La cultura?).

La novela está plagada de ese odio que, como decía Marguerite Duras, solo puede verse entre padres e hijos. En buena medida, es una historia sobre el rencor, pero también sobre la reconciliación con el pasado, aunque sea simplemente reconociendo la derrota. Sobre aquella generación perdida de España (¿es que acaso aquí no ha habido una sucesión de ellas?) que se sacrificó en la esperanza de que pudiera tener la siguiente un mejor futuro. Nosotros, los lectores-mirones, desarrollamos cierto nivel de compresión hacia el padre en el momento en que aparecen los mensajes que escribía en los calendarios, aunque nunca lleguemos a simpatizar con él, entre otras cosas por esa ausencia de mensajes “privados”: se centra siempre en sus ilusiones perdidas, la familia contemplada siempre como una rémora precisamente por su insistente borrado: no aparece, no existe.

Diseña Chirbes, con apabullante esfuerzo totalizador, un panorama omnicomprensivo de la realidad (corrupción, dificultad de integración, tercera edad, urbanismo desbocado, relaciones familiares, maltrato, sustituibilidad del ser humano, repugnancia de lo natural/físico frente a lo ideal, sostenibilidad del desarrollo…), a través de un estilo sólido y sobrio, pero detallista y de una notabilísima perspicacia, con capacidad para mostrar sugiriendo, a través de palabras cuidadas pero sencillas (que es siempre la mejor manera de explicar cualquier cosa); es la enorme naturalidad del discurso la que lo hace parecer un largo monólogo interior. Emplea una técnica “de rastrillo”, que en sucesivas pasadas va ahondando y pormenorizando en los mismos hechos, hasta que acabamos teniendo una imagen tridimensional de los personajes y los acontecimientos descritos.

Quizás si hubiera que aislar un tema o premisa (aunque, por lo dicho, ya queda claro que se trata de un libro que habla de todo y lo comprende todo) diría que trata sobre la fatuidad de lo aparente, y sobre desaprovechar las oportunidades a pesar de tener unas ansias de vivir que queman, y del precio que se paga por ello.

Los símiles no son lo menos importante del texto, pues los hay bastante abundantes: con gran maestría y habilidad dibuja el autor un paralelismo entre la situación de la posguerra y la actual. También entre la caza y el trato entre humanos. Otro aspecto que debe destacarse es el uso de fuertes contraposiciones o contrastes, oscilando con solo líneas de diferencia entre lo más excelso y lo más prosaico.

En definitiva un volumen extraordinario que es imposible que decepcione, junto con Las uvas de la ira lo mejor que he leído en años.
 



JJJJJ + C

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