sábado, 12 de diciembre de 2015

M. J. Díaz Vázquez, "La ironía del afilalápices" - LIBRO DEL MES


Autor: Manuel José Díaz Vázquez    Editorial: TerraIgnota Ediciones   Año: 2015

Valoración: ♥♥♥♥♥ 


El laboratorio del (in)genio.

Tras una larga pausa, debida, primero, a las vacaciones, y, después, a cuestiones personales, ¡por fin recomienza la actividad en este blog! Y, aunque ya sé que correspondería la nueva entrega de la serie Nueve mujeres y un solo destino, esta tendrá que esperar, al menos, hasta el mes venidero.

En cambio, hoy voy a hablar de un título muy especial, La ironía del afilalápices, de Manuel José Díaz Vázquez, editado por TerraIgnota Ediciones, perfecto para regalar estas Navidades, sobre todo a personas que no dispongan de mucho tiempo para sumergirse en lecturas demasiado extensas, ya que el carácter fragmentario e independiente del volumen permite leerlo incluso sin seguir un orden concreto. Su hilo conductor es, en realidad, esa misma ironía de la que se habla en el título. Y no podemos olvidar, como resaltaba la poeta Aurora Varela en la presentación, que “afilalápices” y “sacapuntas” son sinónimos, y eso es lo que hace Díaz Vázquez aquí: sacar punta.

Aunque la primera descripción que viene a la mente al pensar en La ironía del afilalápices es la de recolección de “anécdotas”, de hecho es muchísimo más que un libro de anécdotas: es, como he dicho al principio, el laboratorio del genio. Hay muchísimos autores, yo creo que todos y que casi se trata de algo inevitable, que escriben diarios, y en particular diarios que podríamos llamar “literarios”, unos con intención de que estos vean la luz (pienso ahora en los de Andrés Trapiello, o en los Cuadernos de un vate vago de Gonzalo Torrente Ballester, por citar un par de ejemplos), otros simplemente porque en eso consiste el método de trabajo de un autor: anotar y anotar y anotar incansablemente... Carmen Martín Gaite tenía unos cuadernos, que fueron póstumamente editados bajo el título Cuadernos de todo en los que anotaba desde recetas de cocina hasta cuentos, pasando por ideas para novelas, noticias y recortes, reflexiones... Pues bien, en este “género”, si es que podemos llamarle así, es donde se inscribe este volumen: y es que se trata de un libro singular: lo que el autor hace ahora es darnos acceso a su taller, al funcionamiento de su mente de escritor, a la fragua de sueños de Vulcano, a cómo se van entretejiendo esos mimbres invisibles que están detrás de toda historia, sosteniéndola y dándole la consistencia de la realidad.

Díaz Vázquez ha publicado ya cuatro novelas1, que muchos de los presentes conocerán, y estarán por tanto familiarizados con las características de su narrativa. Normalmente, es imposible agotar todos los significados profundos que esta oculta, pero me permito destacar algunos aspectos: el gusto por lo hiperbólico, que me parece un rasgo definitorio del estilo del autor; su poder de evocación; la riqueza general de su escritura: la siempre esmerada justeza de la sorprendente adjetivación, tan natural que no puede por menos de resultar llamativa; así como los juegos de palabras prodigiosos, y los calambures en diversos grados de pureza... Pero sobre todo, y más que ninguna otra cosa, el gusto por lo estrafalario. Pero no lo estrafalario entendido como lo raro, ni mucho menos como lo grotesco, sino por la innata capacidad de su autor para convertir en maravilloso o portentoso lo corriente o cotidiano, y viceversa, lo extraordinario (lo “extravagante”, como diría él) en cotidiano, baste como ejemplo el cuento sobre el cuervo Nerón.

Y hablando de cuervos (porque hay ilustres antecedentes... a lo mejor hasta existe, lo desconozco, un subgénero de literatura córvida), precisamente me permite esto entroncar con uno de los elementos más apabullantes de La ironía del afilalápices, que es la prodigiosa cultura, y sobre toto la prodigisa memoria literaria del autor: las citas se suceden en cascada en este libro, no diré que hasta agotar al lector, porque están dispuestas de forma lo suficientemente hábil y dosificada como para evitar ese efecto, o mejor dicho, ese defecto, pero sí hasta conseguir sorprenderle. Y en particular, el gusto por la literatura canónica no puede ocultarse en un volumen que se abre ya con algo tan clásico como una captatio benevolentiae que incluye llamadas al provecho y demás. Pero, como no podía ser menos, se trata de una captatio maliciosa, irreverente, construida al revés, justamente con la intención de que nos detengamos en los detalles de la existencia sin más intención, a menudo, que libar de ellos lo que de gracioso puedan tener (como ya advertía el misterioso autor del Lazarillo de Tormes).

Díaz Vázquez, además, es un poeta de lo pequeño, y aquí, al mismo tiempo que recuerda escenas de su niñez o toma nota de algún aspecto del actuar humano, va dando pinceladas de la realidad actual, de lo que hace y, por ende, reflexiona sobre la creación literaria en sí y sobre la naturaleza del lenguaje, sobre su relación intrínseca con el pensamiento y con la construcción de este, sobre la honestidad humana... Incluso entre lo fantasioso se deslizan pizcas de realidad (si es que la fantasía no es más verdad que la realidad misma, una cuestión que daría para mucho debatir y que se volvería la de nunca acabar), lo que prueba que el autor tiene los pies en la tierra y una perspectiva crítica sobre lo que en ella sucede.

Así, esta que podríamos considerar profusión de hilarantes notas, de greguerías muy afortunadas que constituyen en realidad un fragmentario monólogo interior, genera aquí y allá interesante metaliteratura en la que asistimos o vislumbramos el proceso creativo, y que recuerda por momentos al Gonzalo Torrente Ballester que novelaba supuestos diarios de escritores ficticios.

Pero el elemento más destacado de este escritor es su candoroso humorismo, el benigno sentido del humor. Me comentaba, antes de la presentación de libro, que le parecía que algunas de las notas daban para reflexiones mucho más extensas, a lo que contraponía yo que, en realidad, cualquier tema da para extenderlo lo que se quiera... Cosa distinta es saber hacerlo con gracia o con provecho. Al leer el libro, he reparado en lo que quería decir, y tengo que afirmar, sin embargo, que la cuestión me parece bien resuelta, ya que después de plantear algún dilema, casi al modo de un filósofo clásico, lo que hace es concluir, prácticamente al modo del Sancho Panza con el que en algún punto se compara, con alguna sentencia de sentido común fruto de la bonhomía decantada en estas páginas, que nos devuelve de golpe a la tierra y nos hace pensar que, por mucho que un hombre agite los brazos, sigue siendo un hombre, no un pájaro, y no puede ni podrá nunca volar.

 

1Queso fresco con membrillo, A las vacas de la señora Helena no les gusta el pimiento picante, La calavera de Yorick y Apuntes y memorias del peor estudiante del mundo.  



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